Valles Pasiegos, en lo profundo de Cantabria

 Valles Pasiegos, en lo profundo de Cantabria
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La comarca de los Valles Pasiegos es, sin duda, una de las más singulares de Cantabria. Estructurada en torno a las cuencas fluviales de los ríos Pas, Pisueña y Miera, se caracteriza por mostrar un paisaje propio modelado por la actividad campesina y ganadera que han desarrollado sus habitantes desde siglos atrás. Pero el contexto pasiego va más allá de estos tres valles y se extiende a zonas vecinas, que mantienen algunos rasgos de identidad similares. El gentilicio pasiego no se restringe al ámbito geográfico, sino que se vincula a un modo de vida.

Los primeros vestigios de los pobladores de los valles pasiegos los encontramos en el Paleolítico, que ya dejaron su impronta artística en las cuevas del Monte Castillo. Pero es en la época medieval cuando comienza a fraguarse la singularidad de la comarca.
En el siglo XVII se levantan las primeras iglesias y ermitas en los montes del Pas, y es en torno a ellas donde se van asentando las comunidades iniciales. Nuestra Señora de la Vega, San Roque de Riomiera y San Pedro del Romeral son las primeras iglesias y los ejes sobre los que nacen las llamadas las tres villas pasiegas: San Pedro del Romeral, San Roque del Riomiera y la Vega de Pas.

En toda la comarca pasiega perviven modos de vida tradicionales, ligados a la ganadería, que han esculpido su paisaje, en el que predominan los pequeños prados con cierres de piedra, en los que la cabaña pasiega ocupa un lugar protagonista. Y es que estas construcciones son un rasgo más de la particularidad de los valles. De carácter funcional, revelan el modo de vida pasiego que, hasta hace pocos años, era fundamentalmente trashumante y utilizaban estas cabañas en verano cuando se trasladaban con el ganado desde los pueblos a los pastos. Son cabañas de dos plantas con el tejado de lastras de pizarra, que cobijaban vivienda y establo. Cada familia poseía entre cinco o seis de estas cabañas y se trasladaban de una a otra en función de los pastos. Eran las mudas y su ciclo se iniciaba en la primavera y finalizaba en el verano, cuando las familias se trasladaban a la cabaña vividora, que era la vivienda situada en alguna de las villas o aldeas de la zona.

La vida pasiega ha estado tradicionalmente ligada a la ganadería. Los verdes pastizales y la extensión de sus praderías, hicieron de esta comarca un lugar ideal para criar su raza autóctona, la ‘vaca pasiega’. También llamadas ‘rojinas’, estos ejemplares se adaptan perfectamente a las rígidas condiciones de la zona. De cuerpo y cabeza pequeña, cornamenta fina y pelo rojizo, la vaca pasiega es la principal protagonista de una de las singularidades más ancestral de estas tierras, la práctica de la trashumancia.

Con la leche que producen estas vacas se elaboran algunos de los productos más representativos de la comarca como la mantequilla y los dulces típicos de Cantabria: los sobaos y las quesadas. Los pasiegos también han sido grandes expertos en la elaboración de helados y barquillos.
La singularidad pasiega también se manifiesta en otros aspectos como los útiles de trabajo, entre ellos el cuévano, gran cesto de varas de avellano que los lugareños usaban para casi todo desde acarrear la hierba o leña, hasta llevar la compra, los enseres de la muda o los niños pequeños. También el peculiar ‘palancu’, especie de pértiga con la que se practica el salto pasiego, una modalidad deportiva autóctona que, en el pasado, servía a los pasiegos para trasladarse a gran velocidad entre las rocas, vadear ríos o arroyos o saltar vallados de los prados. Actualmente, el salto pasiego se realiza en acontecimientos festivos.
Todas estas peculiaridades etnográficas de la comarca son las protagonistas del Museo de las Tres Villas Pasiegas. Situado en la Vega de Pas, en este lugar se pueden conocer de primera mano algunas de las más arraigadas costumbres pasiegas y los ancestrales útiles que usaban los pasiegos.

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