Volcán Pacaya aventura sobre lava viva en Guatemala

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Imagina que son las seis de la tarde y el sol se esconde tras las montañas que abrazan Antigua Guatemala. A solo hora y media de esta ciudad colonial, se alza el volcán Pacaya, un gigante de 2 552 metros que sigue palpitando bajo una costra de lava negra.

Subimos por un sendero de arena volcánica entre pinos; el suelo emana un leve calor y el aire huele a azufre. De pronto, el bosque se abre y se revela un paisaje casi lunar: coladas petrificadas, fumarolas silbantes y, al fondo, un resplandor anaranjado, que delata el magma vivo del volcán.

Aquí nuestro guía clava un palo entre las grietas humeantes. Al instante, la madera chisporrotea y se ennegrece como si hubiera tocado brasas invisibles. El calor que emana del suelo es tan intenso, que basta agacharse para sentirlo subir, como un aliento enfurecido.

Este parque natural nos invita a caminar sobre lava solidificada y a contemplar paisajes, que parecen sacados de otro planeta. Y allí, en la frontera entre la tarde y la noche, el tiempo se detiene: no hay wifi, ni redes sociales para un directo, ni evidentemente prisas, solo el latido ardiente de la Tierra recordándonos en todo momento que seguimos sobre roca incandescente.

Cuando iniciamos el descenso, a cada paso, la luna refleja en las coladas negras, destellos de luz plateada sobre la escoria de la lava. El Volcán Pacaya no es solo una excursión: es una invitación a sentir el aliento vivo de nuestro planeta que en demasiadas ocasiones ni lo consideramos ni lo respetamos y solo lo lloramos cuando se vuelve contra nosotros.

David Bigorra

Instituto Guatemalteco de Turismo -INGUAT