Durga Puja en Calcuta: Crónica de un primer encuentro que lo cambia todo
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por Daniel Herrera

No sabía muy bien qué esperar cuando acepté la invitación para ser jurado internacional del International Jury Awards del Durga Puja en Calcuta. Había visto imágenes, leído descripciones, escuchado a otros viajeros hablar de la India como un lugar de contrastes, pero nada me preparó para lo que encontré allí. Lo que en Europa llamaríamos “fiesta” se queda corto. El Durga Puja es algo más profundo, más desbordante y emocional. Lo envuelve todo: la ciudad, las personas, las calles, la vida cotidiana… y también al visitante, aunque llegue por primera vez.

Ser jurado, pero también espectador desbordado

Participar como miembro del jurado internacional fue un privilegio que todavía me cuesta procesar. Llegué a Calcuta con la intención de observar, evaluar y premiar, pero desde el primer día entendí que estaba entrando en un universo que no se puede juzgar solo desde fuera. La iniciativa del premio, creada por Jaydeep y Swaguna Mukherjee a través de Meghdutam Travels y la Fundación Meghdutam, va mucho más allá de elegir “el mejor pandal”. Es una forma de reconocer públicamente la creatividad, el esfuerzo comunitario y la identidad cultural que late en cada rincón de la ciudad durante el festival.

Gracias a ellos, y al apoyo de India Tourism Kolkata y Incredible India, personas de distintos países podemos vivir el Durga Puja no solo como visitantes, sino como parte activa del acontecimiento. Esa idea —convertir al extranjero en testigo y puente cultural— es, en sí misma, un acto de hospitalidad que ya dice mucho de India antes incluso de empezar a recorrer los pandals.

La gran lección: riqueza y pobreza celebran a la diosa por igual

Si hay algo que me dejó sin palabras fue la igualdad simbólica que crea el festival. Calcuta es una ciudad donde la diferencia económica se ve sin filtros: coches de lujo cruzan calles donde la vida transcurre en chabolas improvisadas. Pero durante Durga Puja, algo ocurre: todos celebran. Y no hablo de “ver”, hablo de crear.

Lo más impactante no fueron los pandals gigantes con estructuras dignas de museos temporales, ni la tecnología envolvente, ni las temáticas inesperadas. Lo verdaderamente inolvidable fue ver cómo barrios humildes, con presupuestos mínimos, levantan templos efímeros con la misma pasión que los comités con grandes patrocinadores. La creatividad sustituye al dinero, la ilusión sustituye a la carencia. Allí entendí que el arte no es un lujo: es una necesidad humana.

Calcuta durante Durga Puja no es una ciudad. Es un escenario total

Las calles se vuelven río humano. Familias enteras caminan de noche como si no existiera la palabra “cansancio”. La música, el incienso, la luz, los colores, el movimiento… todo sucede a la vez. El tráfico se rinde. La vida laboral se adapta. El festival es el centro de gravedad.

Yo había asistido a celebraciones religiosas en distintos países, pero ninguna con esta mezcla tan intensa de devoción, fiesta y participación colectiva. Aquí no hay espectadores: todo el mundo forma parte. Incluso nosotros, los jurados extranjeros, acabamos dejando de preguntarnos si estamos “mirando” o “viviendo”. Estábamos dentro. Y Calcuta se encargó de que lo supiéramos.

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La hospitalidad como contrato invisible

Si hay una palabra que me traje de vuelta, fue hospitalidad. Y no la versión turística, sino la que nace de la dignidad y del deseo de compartir lo mejor que se tiene, aunque sea poco. Desde los organizadores del premio hasta la gente que te invita a tomar té sin pedir nada a cambio, pasando por quienes abren su barrio como si fuera una casa común. Ese detalle, que parece sencillo, cambia algo por dentro cuando uno viene de sociedades donde la desconfianza se ha vuelto norma.

No fui a la India para cambiar nada. Pero algo de India cambió en mí

Lo que iba a ser una participación puntual en un festival terminó siendo una invitación permanente a regresar. No solo porque quiera volver —que quiero—, sino porque siento que, de algún modo, ahora tengo una responsabilidad: contar esto, difundirlo, conectarlo con el mundo, ayudar a que más gente lo viva.

Ser parte del jurado fue la puerta de entrada. Lo que viene después es una decisión personal: seguir siendo sólo viajero o convertirme, como me sugirieron allí, en “embajador cultural” del Durga Puja fuera de la India.

Y creo que ya he tomado la decisión,

Daniel Herrera